20 junio 2008

 

La noche que Yo la tengo rompieron mi corazón (definitivamente)


Pronto hará un año desde que conocí la existencia de "The freewheeling tour" (conciertos acústicos especiales en los que Yo la tengo improvisan el repertorio sobre la marcha, a partir de las preguntas que permiten que les haga el público), y desde entonces he estado rezando para que alguien con un dos dedos de frente se atreviera a traernoslo hasta aquí. Cual no sería mi sorpresa al descubrir por casualidad que Yo la tengo actuaban en Barcelona el lunes 9 de Junio, haciendo ni mas ni menos que un friwilin'. Me caí de culo; mis plegarias habían sido atendidas, y si me iba a tocar llorar, sería de emoción - oh querido Truman.

Cambio los planes de ir a verles a Sevilla en el Territorios, por este regalazo en Barcelona. Una entrada a 28 euros y 1200 kilómetros en coche en menos de 24 horas no suponen obstáculo alguno para quien intuye que puede ver uno de los conciertos de su vida. Agregando la compañía imprescindible, la expedición a Barcelona se convierte automáticamente en algo memorable.

Mi primera vez en el Apolo, sí. Lo primero que me sorprendió fué un cartel rogando que la gente dejase en el ropero las mochilas, los cascos de motos y... ¡los monopatines! Lo segundo fué otro cartel que rezaba "espacio sin humos". Yo es que llevo fatal la modernidad, pero aguanté bien el momento adolescente de fumar a escondidas en el baño. Lo de la cerveza sin espuma tuvo menos gracia, pero no podía dejar que cosillas así - que en otra ocasión me hubieran fundido - me arruinasen la velada.


La sala acondicionada con sillas plegables, la luz tenue, un hilo musical exquisito, y el relax que proporciona no reconocer a nadie entre el público, sólo acrecentaban aun más la expectación. En el escenario, dos amplificadores, un bajo, una guitarra acústica, y en medio, un escueto set de batería (caja, timbal y plato) esperando a que tomasen posesion de ellos.

Ignacio Juliá, director de Ruta 66 y más que amigo de nuestro trio favorito, apareció puntual sobre el escenario para hacer una breve introducción y explicar la dinámica del concierto; la colaboración del público era esencial, pero no se trataba de pedir canciones a lo loco, sino de hacerles preguntas ("originales y respetuosas, por favor") que ellos irían contestando, y que a su vez dieran lugar a tocar esta o aquella canción.

El planteamiento lo dice todo sobre ellos; ¿cuántos grupos conocen ustedes que se atrevan a exponerse de semejante manera? ¿Y que suban al escenario sin saber qué van a tocar al momento siguiente? ¿Y que, encima, lo hagan magistralmente? ¿Y que sea divertido, entrañable y emocionante? Existen razones objetivas para argumentar que Yo la tengo son el mejor grupo del mundo, pero sé que mi devoción por todo aquello que hacen es irracional; y es que todo el concierto fué un vaivén emocional que no pude controlar, que mis amigos aguantaron con suma paciencia, y que disfruté hasta sus últimas consecuencias.


Salieron de detrás de la cortina roja, disparados a sus puestos, entre aplausos de emoción, y nos soltaron Sugarcube y The weakest part, así ¡para empezar! Casi tenía que pellizcarme para saber que no estaba soñando. Mientras, flotaba en el ambiente la incertidumbre por saber cómo iba a funcionar el tema pregunta/respuesta ante un público cuya lengua materna no es el inglés. En Barcelona parece que la gente se apaña bastante bien, o al menos son educados. Claro que también esa educación podía resultar, en realidad, inhibición, o mucho peor; ¡insulsez! Cuando la primera pregunta que se escuchó en la sala fué "¿De dónde viene el nombre de Yo la tengo?" temí lo peor. Así que me levanté de mi silla con decisión y pregunté quién demonios es Tony Orlando. Tras la respuesta tocaron, claro está, Let's save Tony Orlando's house, lo que vino a ser un ejemplo ilustrativo preciso de la mecánica del concierto.

Y el resto del público lo captó en seguida. En palabras de Ira Kaplan "al principio cuesta un poco que la gente se anime a preguntar, y al final lo que cuesta... es que dejen de hacerlo". Así el siguiente preguntó por su colaboración con Daniel Jonston y tocaron Speeding motorcycle - que no hacen casi nunca, por cierto. Luego cayeron Our way to fall y Last days of disco, mientras pensaba que tampoco me pienso perder el día que toquen entero el And then nothing turned it self inside out, si ese día llega. Mr Tough fué una respuesta en sí misma para alguien que no tenía claro quién la cantaba.

Después llegó una versión de Willie DeVaughn, y nada más empezarla, Ira Kaplan se dió cuenta de que no había respondido a una pregunta; la situación totalmente espontánea de ponerse a hablar con los primeros acordes de esa canción de fondo, era tronchante. Aunque lo que dijo fué bien serio; uno puede expresarse, incluso mejor, a través de la canción de otro, que de una propia. Y yo no puedo estar más de acuerdo. Si tuviera que elegir un momento de aquella noche, - y tendrían que apuntarme con una pistola para escoger sólo uno - sería este Be thankful for what you got; una conjunción musical y espiritual perfecta. Juro que floté dos palmos por encima del suelo.



También tuvo gracia que, en My little corner of the world, la gente se pusiera a silbar el arreglo de piano, como un grupo de boy-scouts en torno a una fogata, mientras ellos aguantaban la risa sin dejar de tocar.
Antes habían tocado (I'm not your) Stepin' stone de los Monkees. Luego James McNew cantó Everlasting love de Robert Knight. Sazonado todo esto con más anécdotas, chicas pidiendole a Georgia un abrazo, y algún pesado preguntando por futuros presidentes. Así llegó Blue line swinger subiendo, si es que era posible subir más, el listón.

O quizá fué solo por comparación, cuando el pequeño "incidente del paleto" enfrió el ambiente segundos después. Kaplan explicaba qué dificultades tuvieron durante la grabación de My heart reflection cuando un tipo -ubicado en la zona vip, por cierto, y que o bien no sabía a qué clase de concierto venía, o bien por su condición de invitado resolvió que no tenía que estar allí desde el principio para enterarse - expresó abiertamente su garrulismo gritándoles que dejasen de hablar porque no entendía inglés y se pusieran a tocar. No merece que le demos ningún protagonismo, pero una paliza, sí.

La verdad es que atacaron My heart reflection con cierta incomodidad, y en la siguiente anunciaron que iban a ir terminando. Esta es la única canción que no puedo recordar porque me quedé literalmente pasmada; en algún momento llegué a estar convencida de que el concierto no acabaría nunca, que ibamos a quedarnos allí toda la noche. ¡Toda! ¡En serio! O al menos hasta que consiguiese dar con la pregunta que les hiciera tocar Fog over Frisco. Esa oportunidad se estaba esfumando (ya se había esfumado, en realidad) a toda velocidad, más rápido incluso de lo que latía mi corazón. Tiraron de Tom Curtenay (versión Georgia) y Stockholm syndrom, y adiós muy buenas.

No, no y no.
Había que arreglarlo.

Nuestros aullidos les trajeron momentáneamente de vuelta para hacer un bis, esquivando el bombardeo, ya nada disimulado, de peticiones. Una versión de los Kinks. Luego Tore me down. Y una canción final, que me hizo suspirar de satisfacción. Mis amigos suspiraron de alivio, supongo, por saber que podía irme de allí satisfecha y no tendrían que aguantarme refunfuñando durante el viaje de vuelta. Porque se despidieron con Did i tell you, y no hay palabras que puedan explicar mi gratitud. Lagrimones del tamaño de aceitunas, oigan. Que una tiene sus trucos, pero nunca deja de sorprenderle que funcionen.


No hay mucho más que añadir. Si acaso la certeza de que a partir de ahora ya no hay conciertos "normales"; solo "mierdas de conciertos" o "Freewheelings". Cuando uno tiene la suerte de pasar más de dos horas viendo algo tan bueno que duele, se pregunta si habrá un remedio que pueda curar, o al menos calmar, ese daño.

Porque el daño está hecho.
Y a ver ahora qué va a ser de mí hasta la próxima vez.

11 junio 2008

 

Pinchada catódica en el Fotomatón

Vuelve Dj Catódica a disponer de una velada enterita en la cabina del Fotomatón, este Jueves 12 de Junio (¡ya!) a partir de las 11 de la noche. Teniendo en cuenta el impacto causado por Yo la tengo y su concierto el pasado lunes en Barcelona, pueden ustedes hacerse una una idea de por dónde irán los tiros en esta sesión. ¡Avisamos con antelación, y no admitimos ni quejas ni reclamaciones!

El Fotomatón Bar está en la Plaza Conde de Toreno 2, en la confluencia de las calles Amaniel y San Bernardino, en Madrid. Entrada libre.

05 junio 2008

 

¿Podrías tragarte tu cámara?

No me adapto a los tiempos, y me resisto siquiera a intentarlo. Todo eso lo sé.
Me sigue molestando el sonido de un móvil en lugares públicos, el downloading compulsivo juvenil, y aborrezco los ipods. Probablemente termine mis días asfixiada bajo una montaña de cintas de super8, escuchando viejas casettes que me grabaron hace dos décadas. Eso sí, después de haberme comido una pizza del tamaño de una piscina, amasada con mis propias manos, por supuesto.

Hasta que ese día llegue, aun me quedan varios ejercicios de intolerancia que compartir con el mundo. Y hoy quisiera mostrar el rechazo total que me produce ver a un individuo grabando con su cámara una actuación en directo. (Con su mierda de cámara, quería decir).

Si ya es absurdo estar en un concierto y acabar viendolo por una pantalla gigante, verlo por una pantallita canija es simplemente ridículo. Partiendo de una cuestión puramente estética, no hay nada más feo que mirar hacia un escenario y verlo todo lleno de cuadrados iluminados. A parte de incómodo, claro. ¡Y que distrae un montón! Intentar ignorar una cámara a dos palmos de tu cabeza es como intentar ignorar a un tio que deposita el peso de sus 90 kilos en tu pie; imposible. ¿Qué es lo que le impide a esta gente concentrarse y disfrutar del concierto? ¿Temen que se les olvide lo que están viendo y por eso lo graban? Qué son, ¿peces? ¿Tan ciega va la gente?

Gran parte de estas grabaciones son un asco. La imagen se ve fatal, el sonido es una patética mezcla entre la música a lo lejos y los cánticos del que lo graba y los de su alrededor saturando el altavoz. Pues ale, ahí estan todas colgadas en Youtube; muestras distorsionadas de conciertos. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Por ejemplo, pegando un repaso a diferentes videos que hay colgados con actuaciones del Primavera Sound de este año, topo con los del "apoteósico final" de la actuación de Portishead. Y como no soy fan de Portishead - por mucho que me guste Beth Gibbons, es un grupo que no entiendo - lo único que encuentro de apoteósico es una masa enfervorecida invadiendo el escenario y una nube de cámaras intentando capturar ese momento. No se me ponen los pelos de punta ante su actuación (si acaso temo por que alguno muera aplastujado); más bien se me cae la cara de vergüenza ante semejante demostración de garrulismo por parte de medio auditorio.

"¡Tía, es que tenías que haber estado allí!" - me dirá alguno.

A eso me refiero; que las actuaciones hay que vivirlas, amigos. Que no hay sensación en un concierto que una cámara de mano, y menos aún un teléfono móvil, pueda transmitir. Así que ¿cuál es el motivo para andar con el brazo en alto grabando de cualquier manera, jodiendo al que tienes detrás, y más pendiente de no soltar el botón que de disfrutar de lo que está pasando delante de tus narices? ¿Tener agujetas en el sobaco al día siguiente?

No lo entiendo.

Porque no me creo que sea para compartirlo con el resto de la humanidad. No encuentro un solo rasgo de generosidad en colgar un clip de pésima calidad de 3 minutos de concierto en Youtube, sino más bien ganas de fardar, de apuntarse la absurda medalla del "yo-estaba-allí-y-tu-te-lo-perdiste"; una clase de coleccionismo vacuo, y que realmente detesto.

O quizá es sólo que detesto la era digital.
Y que para mí, una copia de la realidad miente más, mucho más, que un sencillo recuerdo.



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